BOTES DE ÁCIDO. Aislamiento, torturas, mutilaciones... el propósito
de la crueldad de los ritos de paso siempre ha sido disolver la identidad de los iniciados,
de «matarlos» para que renazcan purificados. Los futuros chamanes siberianos por ejemplo,
durante sus visiones iniciáticas, sueñan con demonios que los desmiembran y los
descarnan hasta el hueso, para así aniquilar su condición profana. Esta difícil
transición de una vida a la otra se llama la « fase liminal ».
BOLSAS DE BASURA NEGRAS.
Pero un individuo en situación de liminalidad
permanente está atrapado en el caos. Exiliado en el margen del Mundo,
migra sin fin a lo largo de un umbral infranqueable, a la merced de violencias
a menudo brutales, incluso gores. Despojado, el sujeto liminal es tratado como
un espectro, no tiene nombre y mucho menos pasaporte, es un hiato,
los pies en el infierno y la cabeza en las vertiginosas tinieblas de
una bolsa de ejecución.
En la película « Johnny got his gun » (1971), un soldado anónimo
herido por un obús queda totalmente desfigurado, sordomudo, ciego y mutilado
de sus cuarto miembros. Mantenido artificialmente en vida en un hospital,
pierde lentamente la razón, atrapado en sus proprias entrañas, alcanzando
así el paroxismo de la claustrofobia liminal.
EL FIN DE LOS TIEMPOS.
Convencidos de la inminencia del juicio final, los anacoretas del siglo IV se
refugiaron en los desiertos egipcios para entregarse a una dolorosa lucha espiritual.
Para reunir las condiciones infrahumanas necesarias al sacrificio de la carne, estos
ascetas cristianos se aislaron en tumbas, cuevas o en las horcaduras de los árboles,
durante años, incluso décadas. Ayunaban y se privaban del engañoso sueño,
y se resignaban en comer lentejas húmedas en raras ocasiones. Como penitencias,
arrastraban rocas durante horas bajo el sol, o se dejaban devorar por los avispas,
mientras que otros introducían de vuelta los gusanos en las llagas de sus cuerpos
gangrenados. Claramente en el límite entre lo abyecto y lo sublime,
esos hombres cayeron en una liminalidad permanente de una perversión inaudita,
con la esperanza de cruzar el umbral del reino divino libres de su naturaleza humana.
UN MUNDO UMBRAL.
En su ensayo « La sociedad del cansancio », el filosofo Byung-chul Hang
describe una sociedad dominada por el imperativo del rendimiento,
cuyos miembros se explotan a sí-mismos hasta el agotamiento,
verdugos y mártires a la vez. El universo de Byung-chul está poblado de neuróticos
hyperactivos atormentados por el fracaso y la depresión, reducidos
a máquinas desalmadas,
calificados de muertos-vivientes por el filósofo.
La histeria del trabajo parece ser una de las pocas respuestas en un mundo
desacralizado, efímero, absurdo, cruel, costoso,
incluso aborrecido, que no ofrece nada salvo una existencia desnuda.
Los no-seres, sufriendo de una carencia ontológica,
atraviesan la nada desesperados, devorados por su condición
de simple carne de cañón.
UN ESPEJO DE LADRILLOS NEGROS. Lívido,
taciturno, a dieta de galletas de jemgibre, Bartleby,
el personaje de la novela epónima de Herman Melville,
es un copista irreprochable de un despacho de abogado de Wall Street,
hasta que un día, por oscuras razones, se niega a trabajar,
y prefiere dedicar sus jornadas a contemplar un muro de ladrillos negros desde
la ventana de su oficina. Se hunde poco a poco en una liminalidad permanente,
al grado de encarnar el caos en persona : a la vez invisible y magnético,
su presencia confunde y perturba su entorno a la manera de un hoyo negro.
Descrito como « el exiliado absoluto » por R. Bolaño, y por G. Deleuze
como « el hombre instantáneo », Bartleby se convierte en un umbral que
encamina directamente al abismo. Poco antes de morir de inanición, Bartleby
declara : «sé muy bien donde estoy ». NO MAN’S LAND.